El tiempo acaricia con sus largos dedos de sabio protector de las piedras de un país de leyenda, que hunde sus raíces en tiempos remotos. Los primeros pobladores habitaron los abrigos y covachas de este entorno prodigioso, y con el paso del tiempo fueron dando forma humana a uno de los enclaves más hermosos del Pirineo. Piedra sobre piedra, camino a camino, nombre a nombre…las diferentes culturas que habitaron estas tierras dejaron su huella singular.
En un tozal al norte del actual pueblo se encontró restos de pequeñas construcciones, sin estudiar todavía, con alguna muestra de cerámica romana. Pero, ante la falta de documentación, desconocemos la evolución histórica de Ainsa hasta 1124, cuando Alfonso I le otorga una Carta Puebla, con los mismos fueros que la ciudad de Jaca.
Con anterioridad, se data en el año 724 la leyenda de la Cruz de Sobrarbe: Los cristianos que han huido del dominio musulmán se reúnen en Ainsa y acometen la reconquista. Las tropas cristianas, dirigidas por Garcí-Ximeno consiguen ganar la batalla gracias a la aparición, sobre una carrasca, de una cruz de fuego, que les dio coraje para recuperar la ciudad. La victoria es conmemorada todavía en nuestros días con la fiesta bianual de “La Morisma”. La cruz sobre la carrasca es el símbolo del Sobrarbe y aparece en uno de los cuarteles del escudo de Aragón.
Celtas, romanos, musulmanes, cristianos… una historia de diversidad y riqueza que convierte la visita a la Villa de Aínsa en un asombroso viaje en el tiempo, lleno de color y sembrado de maravillosas sorpresas.
Paseando por las viejas calles de la villa, declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1965, disfrutaremos del calor de sus gentes y de la belleza de un entorno con claro sabor medieval.
Sus viejas calles, su castillo (S. XI – XVII), la muralla y sus puertas, la plaza Mayor, la iglesia de Santa Maria (S. XII), declarada Monumento Nacional, o las fachadas de casa Arnal (siglo XVI) y casa Bielsa ( siglo XVI-XVII), son un resumen pétreo de la idiosincrasia de una villa con fuerte personalidad y con un patrimonio cultural fascinante.
Aínsa, acogedora siempre, ofrece al visitante una amplísima oferta cultural y de ocio. Su enclave privilegiado le convierte en un punto de partida para realizar excursiones a pie o en bicicleta, para montañeros y esquiadores, para cazadores y pescadores que encuentran aquí uno de los pocos rincones vírgenes que quedan en la actualidad, para amantes del arte y de la historia.